La imaginación y el ingenio humano no tienen límites. La frase puede ser un cliché del porte de la casa de Hugh Hefner, pero después de ver el especial de Discovery Channel titulado “Máquinas de maldad”, adquiere un matiz inesperado. Y es que el recorrido macabro por la historia de aquellos artefactos construidos con el único fin de causarle dolor y muerte al prójimo impresiona. Hemos llegado a la luna, inventamos la internet, dominamos el átomo, podemos volar, pero resulta imposible negar que el refinamiento alcanzado por nuestra crueldad es comparable y digno de todos esos inventos.
La miniserie de tres episodios (estrenada sin comerciales en el espacio “Sinterrupciones”) recorre con generosidad explícita el lado más oscuro de nuestra especie. Y por mucho que nos neguemos a aceptarla como parte integral de eso que llamamos progreso, los industriosos esfuerzos por perfeccionar la tortura y la muerte han sido circunstancial motor de desarrollo de ciencia, mecánica y técnica con demasiada frecuencia.
Desde un toro de bronce que hacía las veces de horno humano y que por medio de complejas tuberías era capaz de convertir los agudos gritos de la víctima agonizante en los bramidos de la bestia representada, hasta la imaginativa “pera” de la inquisición (un artefacto que prefiero ni describir), desde la brutalidad de la crucifixión y la paradoja histórica que tiene a uno de los principales instrumentos de tortura de la antigüedad convertido en símbolo religioso, hasta esa fábrica de espectáculos sangrientos que era el Coliseo Romano, el macabro recorrido cautiva y repugna en igual proporción.
Y es que aquí intuimos mucho más de la naturaleza humana que lo que las mismas máquinas insinúan. Entre las representaciones 3D, las “demostraciones” de los conductores y las detalladas explicaciones mecánicas y anatómicas, es preciso apretar los dientes, incluso taparnos la cara, pero al igual que las hordas de seres humanos sedientos de sangre que acudían a las ejecuciones públicas, no podemos dejar de mirar.
Morbo, dirá usted, y es cierto. Impresiona que estos artefactos, muchos de ellos diseñados para ser usados en público, demuestren su efectividad y cautiven exactamente de la misma manera en que lo hacían cuando eran usados originalmente, aunque la víctima del famoso “péndulo” sea una pechuga de pavo y el ejecutado en la rueda un maniquí de pruebas. Incluso bajo circunstancias controladas, podemos captar el poder de la maldad y el por qué ha seducido al ser humano desde siempre. Inquietante, aterrador e interesante, todo en el mismo paquete.